martes, 19 de marzo de 2013

Ocio


Gracias por sus comentarios. Quienes no lo han hecho, los invito a que lo hagan, su opinión me es importante. Compañeros, la continuación del escrito, lo tengo  en un borrador con otros capítulos que se los compartiría y dejaría en sus correos. Por ahora saliéndome de lo que he soñado, les comparto una reflexión que parte de imaginarme un reclamo proveniente de la sabiduría de mi abuelito ya fallecido; tal vez el no iría con ciertas ideas, por eso le explico a él y les comparto  a ustedes, lo siguiente:

UBICANDO TIEMPOS Y ESPACIOS

Lo que veo: Coca-Cola, a Washe y un "hijastro".
Lo que siento: Cabeza y cuello incómodos. Ansias de expresión.
Lo que pienso: Debo escribir.
Lo que quiero: Pensar tranquilamente y escribir.
Seguramente, los ítems dados, no pinten la escena. De pronto, no se pueda percibir a través de ellos lo que quiero reflejar. Quizá por eso, abuelito, si hago una explicación, ahora estos tomen forma y aclaren la situa. De todos modos, nunca será suficiente. Comencemos, pues.

Me asió del brazo, haló con fuerza e hizo que me devolviera. Dijo: -¡No!- Ese "no", o era mayúsculo o iba tildado, porque aunque no fue gritado, salió brusco, nada tenue.

Era un regalo sorpresa; por eso, ella no quería que me percatara de los hechos que ya imaginaba. ¿Cuáles? Sucede que mi madre como usted lo sabe, goza de tener detalles con aquellos que quiere; tiene a sus hijos por seres realmente especiales y gusta de hacer sacrificios para conseguir objetivos. Por ello, no obedece a mi súplica: "Por favor, no me den nada, tal vez les represente un gasto, una deuda que tal vez no signifique una ganancia proporcional; les acepto un libro..."

Tampoco ha olvidado mi gusto por la bebida y sus comerciales. Así que, muy buenas ideas, fueron comprar un juego de sábanas, tomarse mi cuarto mientras yo en la sala, miraba no sé qué cosas, hacer que está allí orando para "no hacer ruido" cuando entre al baño de la habitación donde mi padre duerme, cambiar las sábanas viejas por las de Coca-Cola, esconder las desposeídas y arrugadas debajo de la cama, tender el lecho y lo más tremendo: Orar allí. Dar gracias por el bien adquirido, que resulta lo más tenaz: Hacer lo que dijo, estaba haciendo.
Antes de tener las letras de las palabras de la frase: “For Sparkling Refreshment”, tiradas y regadas en mi cama, me embriagó la duda por saber lo que dentro de mi cuarto se planeaba. Fue entonces, cuando mi madre que iba saliendo del baño de todos y quien se disponía a hacer el tendido, me agarró y me privó la vista de dentro. Fue entonces, lo que me obsequiaron en la víspera de mi cumpleaños. Digo víspera porque eran pasadas las doce cuando entré, reconocí lo tendido y el mensaje de felicitaciones escrito con marcador sobre un pequeño tablero.
En el vientre, ya me acompañaba la pereza y creo que decidimos demorarnos y no madrugar. Por eso, aún no era “mi día”. Éste, como “el día” de los demás, debería empezar teniendo en cuenta la hora exacta de cuando se produjo el nacimiento y terminar si no antes, a la misma hora del día siguiente.

Washe es un personaje felpudo e inerte; sin embargo, secuaz de ideas y pensamientos que reúno. Siempre está observando; claro, es un sapo. Cualquier tipo que lo vea sentado como permanece, pensará que tan sólo es un adorno. Cualquier tipo, dirá: “¡Tan lindo el peluche!” Otros sujetos cualesquiera, ni se percatarán de su existencia.
Yo aspiro a darle vida, imaginando que es alguien ruin criticándolo todo con irreverente madurez. Eso tal vez haga parte de otro escrito. Por ahora, cumplirá su función de recrear la escena.

Un “hijastro”, estúpidamente tiene ese nombre porque yo se lo di; así lo bauticé. ¿Por qué? Está en mi dedo. Es un “cuero” que brota de la epidermis y su relieve se nota situado entre la uña y las arrugas que se hacen superficialmente en los dedos, debido a la división de los falanges. Al arrancarlo de raíz, generalmente produce ardor y una reacción intuitiva de llevar tal dedo a la boca, confiando en la sanadora saliva quien es la misma resecadora y causante de la salida de dicho cuerpecillo. Sé que el padrastro es el “cuerito” que rodea el límite entre el dedo y lo que se comienza a percibir como uña viva. Por cierto abuelito, y sin mayor importancia que el hijastro, crecen mis uñas velozmente; me es difícil mantenerlas sin un trozo de uña muerta, esa que se despega del dedo y es blanca o gris y a veces amarilla o negra cuando le entra mugre. Dizque tengo buen calcio. No lo sé.
En esas tres cosas, se resumía mi visión antes de empezar mi reflexión.
Sentía y aún siento dolor en la nuca. De apoyo le sirve a mi cabeza una almohada recostada contra la pared y vestida también con Coca-Cola. Ya lo sé, dicha bebida es mala, por eso, la tomo a la ligera y muy “de vez en cuando”. Ya cambié de posición. La queja parece disiparse de mi cuerpo.
Pero sigo sintiendo el anhelo, ese incesante deseo por expresarle de algún modo lo que quiero. Ya lo he hecho por otros medios, que llego a pensar, no son suficientes para hacer caer en cuenta o hacer llegar al punto.
Usted tal vez lo perciba como vago, rebelde o estúpido y tal vez el cambio de descripción sea algo drástico. Como sea, no quiero incomodarlo a usted ni a nadie con lo que pienso; mas tampoco quiero, realmente no quiero hacer eso de trabajar o de educarme para alguien más y llegar a sentirme a gusto con ello. Es normal que usted piense: “Es lo que toca hacer para sobrevivir” o, “fue lo que salió”, “así se pagan deudas”, “se tienen gastos por cubrir”. Sí  abue, aquí nos movemos con dinero, pero mi desprecio sea tal vez porque es común escuchárseles a quienes así se mueven diariamente, y usted me dirá si me equivoco: “Ahí vamos” o  “En la lucha” (que parece eterna), o el desaforado “bien, para no preocuparlo” o “así como cuando usted, era pobre”…y otras más, cargadas de resignación, frases abolengas.
Abolengas porque hacen parte de una tradición, de una genealogía, de una dinastía muy conocida por usted y su generación que ha hecho participes a todos los ciudadanos, a todos quienes son tratados como una estadística, como un número más, como “Another brick in the wall”. Peor y no suficiente con ello, tal tradición ha sido diseñada por también ciudadanos y/o estadísticas que hacen parte de un conglomerado con autoridad, una masa con poder que decide por sus semejantes y regula su capacidad de pensar.
Sin color, partido o corrientes políticos (aunque usted quisiera fuese liberal como usted), sin enfrentarme de cara a un paisano, estadística dentro de las fuerzas militares, autoridades policiales o como se llamen y sin un título enmarcado, adornando alguna pared; me permito dejarle en claro, mi desazón frente a todo aquello que ata, esclaviza, entretiene y medio sostiene.
Como resultado de todo lo que he pensado los últimos meses, mezclado con lo que he pensado los últimos minutos, decreto hoy, estando usted de testigo y para que no se me olvide, que:
1 la educación a través del modelo educativo local fomentada en nuestra patria llena de familias que saben de conservar; más 2, el modelo de empleo-trabajo que allí se ofrece; más 3, la influencia de la masa en la martirizada “media”; más 4, Ciertos conceptos religiosos, deportivos o sólo ciertos gustos, vicios y hobbies; más 5, la dependencia del tal amor de otro ser, me dan como resultado  un negocio leonino, donde lo minúsculo que se adquiere, no se compara con lo gigantesco que se sacrifica.
En eso se resume, lo otro que sentía, lo que pensaba debía escribir y lo que quería escribir. Obviamente, no termina aquí. Esto solo juega como breve y necesario desahogo. Lo quiero mucho abuelito, por eso era fundamental recrearle la escena:
Encerrado yo en mi habitación, de madrugada, con luz cándida, escribiendo semiacostado, incómodo, fijando objetos, tiempos y espacios. Arropado con sábanas roji-blancas, con un tigre pintado en una cobija y un anti-arrecio cubre lechos. Los recordé tanto por un momento, antier acampando detrás de los apartamentos del conjunto en el que viví antes, ¿lo recuerda? Pero no los eché de menos en el siguiente momento al recordar lo que estaba viviendo. Bueno, esa sería otra escena.
La de ahora, arrancándome el hijastro del pulgar con los dientes; así termina. Sólo la escena, no el filme.